El
aparcamiento
y el museo

Una historia de Pedro Torrijos, arquitecto y divulgador

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A principios de 1931, el arquitecto portugués Rogério de Azevedo se encontró en medio de una encrucijada. El periódico Comércio do Porto le había encargado la construcción de un edificio para aparcamientos junto a la nueva sede que el rotativo había inaugurado en el centro histórico de Oporto.

A todas luces se trataba de una buena noticia porque Azevedo también era coautor de la nueva sede y, sin embargo, el regalo suponía un verdadero reto porque la relación de funciones entre un edificio para un periódico y un aparcamiento no podía ser más dispar. Uno, necesitaba sus espacios de oficinas, despachos y salas de máquinas, mientras que el otro, aparentemente, solo servía para guardar coches. Además, la sede de un medio no deja de ser un edificio representativo, una imagen y un icono. Una fachada que enseñe a la ciudad la importancia de la información. En cambio, un aparcamiento…pues eso, servía para guardar coches. ¿Cómo haría para que una obra no compitiese con la otra? ¿Cómo se las arreglaría para que la fachada no perdiese dignidad? Sí, estaba en medio de una encrucijada.

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Comércio do Porto. El característico cartel de neón de su fachada fue recuperado en 2021 por Saba, que también organizó un acto de homenaje al legado del arquitecto Rogério de Azevedo.

Imagen: Saba

Así que Rogério de Azevedo decidió salir de la encrucijada haciendo todo lo que no se suponía que se debía hacer. El garaje no sería un edificio menor, no agacharía la cabeza, no sería aburrido ni mundano. Al contrario, el edificio sería una obra maestra de la arquitectura moderna porque, precisamente, no tenía ningún lastre ni de representatividad mal entendida ni de imagen.

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Garagem Comércio do Porto. Monumento de interés público desde 2011, esta obra de referencia del arquitecto Rogério de Azevedo es un símbolo de la modernidad de Oporto. Desde 1932, su rampa helicoidal ha sido testigo de la historia automovilística de la ciudad.

Imagen: Autor desconocido

En 1932 se inauguraría el Comércio do Porto. Era, efectivamente, una demostración de absoluta libertad y de absoluta modernidad. Y una demostración de que, efectivamente, el coche había llegado para cambiar la ciudad y —las ciudades— para siempre.

Ha pasado un siglo y los coches ya no están tan bien vistos en los núcleos urbanos. Al menos los coches privados, prácticamente condenados a dejar de circular por los centros históricos. Y, sin embargo, las ciudades van a seguir estando llenas de vehículos.

Vehículos autónomos y autopilotados, vehículos de reparto, vehículos de car-sharing, vehículos colectivos, coches eléctricos, motos eléctricas, bicis eléctricas, bicis de las otras, patinetes y hasta monopatines. Todos estos vehículos van a seguir estando en nuestras ciudades y todos estos vehículos van a necesitar descansar en nuestras ciudades. De hecho, si las ciudades están decididas a que en la superficie de sus cascos históricos haya menos coches privados, esos mismos coches privados van a necesitar descansar en otros espacios.

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Por eso, en realidad, el espacio de aparcamiento va a ser, probablemente, más necesario que nunca. Quizá se trate de que no escondamos esos espacios, sino que entendamos que también crean tejido urbano. Es más, tal vez sea el momento de comenzar a tratar a los vehículos rodados como los excelentes objetos de diseño que son. Parafraseando a Indiana Jones: deberían estar en un museo, así que a lo mejor hay que dejar de esconderlos y empezar a enseñarlos.

Marina City. En pleno Chicago downtown, las torres muestran sus aparcamientos sin complejos, una imagen icónica de la ciudad que ha aparecido en infinidad de películas.

Imagen: Alamy

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Welbeck Street Car Park. Demolido en 2019 a pesar de la oposición de muchos londinenses, este icono de la arquitectura brutalista estuvo en funcionamiento durante 30 años.

Imagen: Alamy

No sería la primera vez que la arquitectura entiende que los coches pueden ser enseñados como elemento compositivo.

Por ejemplo, los formidables rascacielos Marina City de Chicago muestran sus catorce plantas de aparcamiento de forma libérrima al exterior, porque cuando Bertrand Goldberg los diseñó en 1964 ya sabía que era un capital estético fundamental. Que sus formas curvas y sus brillantes colores metalizados eran el complemento perfecto al hormigón desnudo del edificio.

Otro caso muy relevante es el del aparcamiento de la londinense Welbeck Street, construido en 1970. Supuso un hito arquitectónico al tratar su fachada como un artefacto cuidadosamente diseñado. Claro que el edificio estaba en medio del trazado urbano de Londres, justo tras Oxford St., así que ya nació para ser contemplado. Ya nació como orgullosa pieza urbana.

Pero si ya hemos visto que los aparcamientos del futuro no van a ser solo un “guardacoches”, que van a ser hubs de distribución, plataformas de carga de vehículos eléctricos, centros de relevo de coche compartido y hasta aparcamientos de bicicletas, ¿por qué no pensar en ellos como verdaderas arquitecturas multidisciplinares? ¿E incluso edificios para visitar y experimentar?

El estudio danés JAJA ha construido un fantástico edificio en el nuevo barrio de Nordhavn, en Copenhague, que desafía todas las convenciones del edificio de aparcamientos convencional. Se llama Parking House + Konditaget Lüders y, además de ser un gran bloque permeable de acero que no tapa los vehículos, sino que los deja entrever, es también un parque infantil. Un formidable parque infantil colocado en esa parte a veces tan olvidada de la arquitectura: la cubierta. Desde allí, los niños —y los adultos— juegan y brincan con la bahía de Copenhague como inmejorable paisaje.

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Sabiendo que las normativas europeas son más restrictivas a la hora de permitir edificios de uso compartido que incluyan aparcamientos, son los Estados Unidos y, específicamente, Miami, la ciudad que más está apostando por este tipo de arquitectura que anticipa el futuro. Porque la obra de JAJA en Dinamarca es un precioso ejemplo de arquitectura de aparcamientos, pero hay otros incluso más sofisticados.

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Parking House + Konditaget Lüders. El proyecto de JAJA Architects ApS, construido en 2016, desafía el uso tradicional del aparcamiento.

Imagen: Rasmus Hjortshøj/Coast Studio (cedida por JAJA Architects)

A finales de 2016, Rem Koolhaas y su estudio OMA terminaron el aparcamiento del Faena District en Miami.

La pieza forma parte de un complejo junto a otros tres edificios, también proyectados por el arquitecto holandés, y destinados a galería de arte. La cosa no es que el edificio de aparcamientos mantenga una lógica estética con las otras piezas (que más o menos lo hace), sino que es, conceptualmente, un museo contemporáneo en sí mismo. El interior no se puede visitar si no has aparcado allí y los coches que se guardan permanecen ocultos salvo por el gran hueco que exhibe sin pudor los mecanismos motorizados que elevan y recogen los vehículos.

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Faena Park. Abierto al público el año 2016 en Miami, la fachada de este aparcamiento expone el mecanismo motorizado que sube y baja los vehículos a través de sus tres plantas.

Imagen: Alamy
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1111 Lincoln Road. En pleno Miami Beach, proyectado por Herzog y De Meuron, este aparcamiento reúne distintos usos en una estructura que reinterpreta el Modernismo Tropical.

Imagen: Alamy

Pero quizá el ejemplo más interesante de aparcamiento-museo está también en Miami: en el 1111 de Lincoln Road.

Obra de los suizos Herzog y De Meuron, el edificio es interesante por su arquitectura y atractivo en su estética, pero, además, su programa híbrido adelanta ese futuro inevitable de convivencia con el vehículo rodado. Porque en el 1111 de Lincoln Rd. no solo hay automóviles aparcados, también hay tiendas, restaurantes pop-up y salones de boda (y gente haciéndose fotos de boda) que comparten espacio con los coches. No hay separación, nadie se avergüenza. Todos entienden, como lo hizo Rogério de Azevedo hace 90 años en Oporto, que los aparcamientos no son algo de lo que huir, sino algo que forma —y tiene que formar— una parte fundamental de nuestras ciudades.

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